Albor de Eyre. Grafito sobre papel, 26x36 cm
BRUCKNER ES PAISAJE
Aunque estimo el silencio como compañero, de vez en cuando me gusta poner música de fondo para crear. Así que estos días de febrero en los que he estado concentrado en una nueva serie, ha sonado en mi estudio la sinfonía Nº 1 de Bruckner. En concreto la versión conocida como Linz (existen varias más), ya que fue en esta ciudad austriaca donde se estrenó en 1866, justo cien años antes de mi nacimiento. Esta excelsa obra es uno de esos monumentos musicales en los que se percibe intensamente no sólo un estado del ánimo, sino también una amplia gama de sonoridades musicales perfectamente identificables con paisajes. Diría más: con paisajes pintados; o dibujados. Paisajes, en todo caso, salidos de las manos del alma a través del potente medium de la ensoñación, sin que ninguna concreción física sirva de referencia o apoyo.
Pues bien, a los sones de Bruckner se han parido siete dibujos que ahora, mientras escribo, aparecen desplegados frente a mí, porque tengo la costumbre de examinar a conciencia cada obra antes de darla por válida. Revisar el trabajo una vez que ha reposado unos días confiere a la mirada cierta autonomía crítica, e invita, si cabe, a matizar lo hecho, o a descartar piezas si uno cree que no se superan los filtros impuestos.
No sé qué tipo de casualidad ha ocurrido, pero lo cierto es que en Albor de Eyre (que así titulo la serie) voy apreciando texturas, colores y formas que podría superponer en la sinfonía bruckneriana con mágica precisión. En las calidades del oboe y de la flauta, arropados levemente por las cuerdas, se intuye el brillo de los blancos que anuncian el albor, con esa suavidad lumínica inferida a los elementos más lejanos. Entre los fraseos de los vientos más graves, que se van entrecruzando preciosamente, pueden verse los movimientos de líneas en los paisajes, que van formando geografías, a veces portentosas, y a veces delicadas y discretas. También las intensidades instrumentales, bien determinadas por el ritmo o por el vigor de la partitura, determinan los volúmenes, y les confieren fuerza o suavidad, cercanía o lejanía, luz o sombra, protagonismo o ligereza. Los ataques de los vientos más pesados, por ejemplo, se asemejan a las montañas más cercanas, densas, rocosas, avasalladoras; mientras los colchones de vientos más nasales se refieren más a los fondos inasibles, difícilmente definibles en forma y textura. Juro que nada de esto estaba pensando cuando dibujaba con Bruckner de fondo. Nada. Sólo hacía, traía y llevaba líneas, sacaba matices, inventaba el mundo con modestia y con una cierta alegría interior...
Este ejercicio de sinestesia me hace comprender que las artes están conectadas por un mismo hilo. Varían los medios, los soportes, el dominio de las disciplinas... Pero unas y otras van encaminadas a rozar la esencia humana. Así, la sensibilidad individual aprehende el mundo y las sensaciones que de él percibimos en formatos distintos, pero con un mismo contenido argumental, aunque se empleen idiomas diferentes que, por otro lado, se traducen automáticamente a un mismo lenguaje emocional. Y todo ello de forma transversal, sorteando épocas y modas. Y así desde hace milenios, porque está todo inventado. Pero el arte sigue, y para que sea arte de verdad sólo hace falta que ahora el artista saque su versión más interior del mundo donde vive, con sus realidades, sus quimeras y sus deseos. Y es que aunque está todo dicho, aún queda tanto por decir... Con permiso de Bruckner...